miércoles, 15 de septiembre de 2010

QUIERO UNA MASCOOOTAAAAA!!!

Pues sí. LLegó el momento mascota. Mi hija quiere una mascota, aunque la verdad es que ella lo dice como cuando quiere una barbie, la ponemos en la estanteria, la mascota. NOOOOOOOO, NI BORRACHA!! Lo siento pero no, sólo me faltaba a mi una jaulita-maloliente-de-lo-que-sea que haya que limpiar, cuidar, alimentar y quitar de enmedio si por casualidad le da un día por amanecer tieso, afición curiosamente frecuente en las mascotas infantiles. No, hija, no!!
Que nadie se confunda. A mi los animales me gustan, de pequeña y hasta que a mis 23 años que murió el último, siempre hemos tenido un perro en casa, canarios, hamsters varios que duraban poco y pececillos de esos naranjas que aparecían flotando a las primeras de cambio y que yo tiraba al solar vacío de al lado y lloraba con sentimiento durante un rato. Pero los perros, único animal que de verdad me encanta, vivían EN EL JARDÍN. Nunca entraban en casa, no se echaban en las camas, no soltaban pelos por la cocina, no rompían nada (excepto alguna que otra colección de ropa tendida en sus tiempos cachorriles, afición que les erradicaba mi padre ipso facto correa en mano). Eran perros de los de antes, de tamaño más bien caballo, con lo que sus posibilidades de traspasar la puerta de la calle eran nulas.

Yo no puedo tener un perro en un piso. Es una obligación demasiado grande, y no creo que, salvo para razas pequeñas, sea sano ni agradable para el animal. Hay que tenerlos mucho más limpios, sacarlos varias veces al día a hacer sus cosas, y estar más pendiente de ellos que de tus hijos.
Sólo me faltaba a mi tener que estar pendiente del horario del perrito; con conciliación o sin ella. Además, nuestro último perro, Atila, vino de unos dueños que lo adoraban, pero que cuando descubrieron al cumplir el cachorro dos meses que aquello crecía sin fin, optaron por sacarlo del balcón donde pasaba el día, antes de que se terminara de volver loco.


El nombre vino con él, y no se lo cambiamos, pero la verdad es que el animal le hacía honores, sobre todo con su aspecto; porque una vez que alcanzó su tamaño definitivo, se calmó su temperamento de cachorro y pasó a estar suelto y vivir a sus anchas, lo único terrible que tenía era el tamaño y el nombre. Era un Don Juan profesional. En cuanto llegaba la época de celo, desaparecía unos cuantos días, y volvía hecho polvo, lleno de mierda, destrozado, pero con la cabeza muy alta. Dado que durante muchos años, fue el perro más grande de los alrededores, hualga decir que nacían camadas completas exactas a él, independientemente del aspecto de la madre.

Atila era un perrazo negro, con las patas y el pecho de color canela, como un pastor belga, pero con las formas de un pastor alemán, y el tamaño y las patas de un mastín. Fue un adelantado de la fusión, y el concepto de racismo, como veis, no iba con él. No se puede ser más cosmopolita. Pero aparte de su aspecto,el resto de su ser era pura dulzura. Todos los niños de los alrededores lo conocían, incluyendo la población escolar de nuestros colegios, y a todos nos cuidaba. Se ponía enfermo y se quedaba ronco de ladrar si nos veía bucear en la piscina, salvo si había un adulto delante, entonces le dejaba la responsabilidad. Más de una vez se tiró al agua a sacar a algún niño, no veas el número para sacarle luego a él, con la envergadura que tenía... También hubo algún hijo de puta que intentó despacharlo por rondarle las perras; una vez lo apuñalaron, y otra le reventaron los testículos de una patada. Pero salió adelante. Mi madre le ponía un cuenco de leche con azúcar relleno de antibióticos y rebotaba. 

Era un gran perro, en todos los sentidos. Dejaba comer a los gatos del vecindario de sus raciones, siempre y cuando respetaran que él elegía tajadas, si no les arreaba unos cabezazos que los mandaba a seis metros. Vivió muchos años. Se fue quedando inválido por culpa de la artrosis, le costaba moverse, pero se ponía al sol y llevaba una apacible vida de anciano hasta que un día no se pudo levantar del suelo. Hubo que dormirlo, y ya no despertó más, era muy viejito, y no merecía sufrir así. Pero lo seguimos echando de menos.

Yo no quiero tener mascotas, porque dejan un vacío muy difícil de llenar.

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